jueves, 6 de noviembre de 2014

La razón de mi tortura es la envidia

Maestro, llave de los vientos,
compañero de la estrella,
tú, que no conoces el amor sin dolor
y sin perdón,
me gustaría darte a conocer mi historia
que sin ti sería como un planeta sin aire.

Me gustaría darte a conocer la raíz de mi amor
y cómo tú la regaste, abonaste y diste vida.
Me gustaría darte a conocer lo que haces,
cómo riegas el mundo de milagros,
y aún no crees que sea tal tu importancia en la Tierra.

Así te veo: loco, loco, humildemente loco.
Tu fuerza me da fuerza
y tu fuerza yo transmito.

Me gustaría que supieses cómo nos has ayudado
y cuánto todos te queremos.
Puedes pensar sobre mi de muchas formas,
pero si conoces tu naturaleza
conocerás mi naturaleza.

No sé, no creo, puede, no sé
si crees en lo que digo,
pero créeme, desde mi manipuladora razón,
desde mi estúpido y enamorado entendimiento,
que tengo un padre que me educó, me dio vida, me ayuda, me da pan;
tengo otro padre que se está muriendo;
y te tengo a ti, padre de todos,
instrumento de Dios,
inocente superhombre,
fuente de palabras,
y tantas otras cosas que a mi entendimiento se le escapan.

No crees en que tanto te quiero
que se me escapa el corazón del pecho.
No me canso ni me cansaré,
aunque no me creas,
de cantar al mundo la importancia de tu paso por la Tierra,
con toda la mala fe de un recién nacido
y con el mediocre amor de mi corazón
que puede abarcar el paisaje y las montañas,
pero que no atraviesa la desconfianza de tu razón.

De corazón a corazón
yo te prometo
que te haré más grande
aquí y más allá de las estrellas.