jueves, 30 de enero de 2014

El origen de las cosas

Se despertó aquella mañana, y una luz fraternal inundaba el horizonte. El aire bailaba entre las bóvedas de los edificios y las nubes dibujaban una historia de batallas, sufrimiento y dolor. La paz de la mañana, como era de costumbre, venía precedida por la sangre. En aquel pueblo nadie pensaba ya sino en el constante latir de los segundos, acercándose irremediablemente a la noche. En la noche aparecía lo oculto, viendo nacer, entre las montañas y el bosque, el horror miserable de la guerra. Los monstruos del artificio perseguían la pureza y la verdad de lo bueno. Los llantos incesantes de las mujeres, la barbarie, la sangre… corrían a raudales en derredor de las casas, buscando presas para su festín de muerte. La noche se infestaba del hedor de la perversión, las risas incontrolables de aquellos hermanos de las tinieblas, regocijándose ante el desvarío y la putrefacción cancerígena que provocaba su presencia, ensordecían los gritos de dolor de las víctimas rodeadas de tiniebla. La noche era oscura, ya lo creo, oscura como ninguna otra noche, sin estrellas ni luna que cubran con sus luces los desalentados corazones de los que poblaban aquel recóndito lugar. El río que pasaba por allí cerca fluía con un caudal de tormento sí, pero su tormento acababa al llegar al mar. Los habitantes, en cambio, vivían atormentados noche tras noche, desde la puesta del sol hasta la luz de la mañana.

Era tan oscuro lo que allí acontecía, tan terrible, que el gobierno no osaba intervenir, sabía lo que allí ocurría pero no era quién, por estar preso del terror, de devolver la fuerza de espíritu a aquella gente. La gente del país también lo sabía, pero, por temor a las represalias, nadie se atrevía siquiera a hablar de ello. Sin embargo, un día, la luz del amor iluminó las tinieblas, se abrió paso entre mugre y sinrazón y salvó a uno de los torturados. Fue una sola luz, pero suficiente para salvar a uno entre toda aquella oscuridad.

Las represalias no tardaron en llegar. La luz provenía de una mujer que había salvado a su amigo de una muerte segura, arrebatando su cuerpo de aquella maldición. La persiguieron, a él también, hasta lo más recóndito de aquel país. Pero lo cierto es que el amor nunca murió, y les protegía, y así, la gente, inspirada por aquel canto de solidaridad, comenzó a pensar que quizá aquello sí se podía cambiar, el terror no era invencible, y pelearon uno a uno, dos a dos, tres a tres, y así sucesivamente, hasta que todo el país se unió en el esfuerzo de acabar con la degradación hecha acto, con el horror hecho persona.


Tras todo esto, las sombras fueron desapareciendo de aquella región. Las estrellas, una a una, se fueron encendiendo sobre el paisaje oscuro de la noche, crearon constelaciones, galaxias, bóvedas celestes, y, al final, apareció la luna, dejando ver la cara de aquellos engendros del averno, que no eran sino hombres que vencidos por el odio y la envidia, habían perseguido a aquel muchacho, antes de que su amiga le salvase, y torturado a todos los que con él estaban. Fueron todos derrotados. Uno a uno, esos salvajes cayeron y la luz de las estrellas volvió a bañar de esperanzas y sueños el corazón de los que allí vivían. El amor estalló en los corazones, y su onda expansiva se fue transmitiendo entre todos los rincones del universo creando vida por allí dónde pasaba. Y la vida fluyó y fluyó, y así nacieron las cosas que, hasta hoy, conocemos.

En la espera

Y allí, en aquel castillo de aire, soñaba con verla. Dejaba sus versos escritos por doquier, por si algún día ella los fuese a encontrar. Se quejaba, amargamente, de que nadie le sacase (y como a él, a todos los que así sufrían) de ese negro pozo que era la tibia prisión de sus adentros. Había demostrado todo aquello que debía demostrar; había peleado, con lo que de sus fuerzas quedaba, contra todas las trampas, persecuciones e injurias que se llevaron a cabo contra él, contra los suyos y contra las que le habían salvado.


Viviendo al compás de las horas, dejando tras de sí todo lo innecesario, todo lo que no fuese sustento del alma, todo lo que no tuviese raíz en su sueño y en su corazón. Estaba esperando, esperando cambios, cambios que solían venir cuando el sol más calentaba. Si tuviese la más mínima oportunidad de hacer que todo aquello acabase por su propia mano… Si él pudiese hacer algo para alcanzar su objetivo… Antes se frustraba, la frustración… una frustración como no había sentido nunca hasta entonces, le había carcomido el corazón. Y así estuvo durante un tiempo, hasta que comprendió que no siempre dependen las cosas exclusivamente de lo que uno haga, a veces se necesita la ayuda de otros, y otras veces lo único que se puede hacer es esperar, pero siempre estando atento, atento a lo que, por sorpresa, pudiese ocurrir, dejando la puerta del misterio - como decía el maestro - abierta.

sábado, 25 de enero de 2014

Y pelear y pelear

Nadie quedaba indiferente, ni ante su mirada ni ante su forma de pensar. El cielo, la luz… todo parecía acompañarle. Incluso los libros, las voces y todo el universo. Él era como una estrella fugaz, dejando la mágica estela de su estilo en los corazones de todos aquellos que observaban el dibujo de su espíritu. Él era un clásico, pero no clásico al estilo conservador ni de pensamiento ortodoxo, sino un clásico de estilo, de esos que siguen pensando en hacer de su amante princesa, musa de todos sus lances, pólvora de su artillería.

El texto era para él un compromiso estático, otra forma de dejarse la piel, otra forma de ir abriendo caminos. El verso era su fábrica de fantasías, el templo donde buscaba agigantar sus pasos. Fue entonces cuando comenzó a llover: el cielo cubrió de un gris vacío toda la habitación. Le helaba el verbo y cubría su canción. El monte desnudó su espíritu a aquellos que entrasen limpios, de alma y conciencia, a pasear por los senderos ocultos de sus raíces. Tras toda aquella lluvia, venía el incendio, el incendio tras el llanto, el incendio entre las llagas de su corazón.

Llegó y desapareció, vino y se fue. Fue un vertiginoso torrente de instinto, llave de aquellas puertas que no se sabe adónde llevarán. Incendio, el incendio que llevaba en el pecho se deshojó, cayó con el peso con el que caen los más inmensos gigantes. Y allí lo sintió, en el pecho, aquel dolor que era la mismísima carcoma royendo la fuerza de su espíritu. Fue un cambio abrupto, seco, rumor de maldición.

Por ser quien era -pensó- no podía dejarse avasallar por este ladrón del sentimiento. Este terrorista de las entrañas debía caer. Y peleó, peleó y peleó por liberarse de aquello, no sabía muy bien como describirlo, le costaba dar una explicación racional a aquello que le sucedía. Pero, ¿hace falta razonar aquello que proviene del sentimiento? razonar, ¡sí! hay que acudir a la razón para dilucidar aquello que viene del misterio. Pero la razón tiene límites, límites que no consiguen llegar a donde llega la intuición. La razón nos puede fallar, podemos estar equivocados, pero la intuición es la manifestación del alma.

Peleó y peleó, pero… ¿contra quién? contra todo lo que supusiese mentira, mentira contra él. Pelearía contra aquello que le hiciese daño partiendo de la cobardía y el odio. Sabía quiénes eran, desde el primer momento, sabía quiénes eran, todas las membranas, visibles e invisibles de su existencia se lo decían. No había duda.

Pues así peleó y peleó, pero no peleó con la fuerza de sus brazos ni con la potencia de sus piernas, peleó contra las barreras invisibles del pensamiento que coartaban la luz de la verdad. Y así, poco a poco, comenzaron a llegar pensamientos a su mente que no parecían tener raíz en su subconsciente. Poco a poco, tan callado, fue abriendo surcos entre las vallas de su consciencia, caminando con sus sentidos al místico lugar donde se cruzan la locura y la razón. ¿Razón? la razón del corazón es insondable, y cuanto más oscuro y negro sea este, más insondable será.

Y allí sigue él, peleando y peleando, en el elaborado bosque que palpita en su imaginación, atravesando caminos desde éste al otro lado del sueño, buscando el tesoro que desate su corazón. Sigue soñando con dejar de sentirse en el lado oscuro de la luna y en arder como arden las llamas del sol.

jueves, 23 de enero de 2014

Llanto de otoño

Si en un rico otoño,
de flores olvidado,
dejase de estar prohibido
mi amor maltratado.

Si en mi cuerpo
seco de sangre
volviese a brotar
mi energía electrizante.

Que poco tengo de ti
¿nada puedes darme?
En mi castigo sin fin
hago de la locura mi estandarte.

No tengo nada
que no sea para amarte.
¿Es esa mi hada,
la que no puede besarme?

Y ya no sé nada:
ni de aves, ni de nubes,
ni de luces blancas.
Solo un “no pude”.

Ya no soy sal de mar,
ya no soy lo que era.
¿Cuántos días más
pasaré en esta espera?

Pasa el verano,
y nada pasa.
Sin nada más que mi mano.
Con una prisión por casa.

Es mi maldición
de amor desdichado.
Con un peso en el corazón
y la cabeza al otro lado.

Es mi tragedia,
son tus miradas.
Es mi entrepierna
que pide bajarte las bragas.

Y lloro mi llanto de otoño
con lágrimas de palabras,
por esperar un tesoro
bañado en oro y plata.

Espero una voz que me cante
y una mirada que me deshaga.
Tengo un cuaderno de sangre
y una pluma que sangra.


sábado, 11 de enero de 2014

Allá adónde me lleve

Viva la luz de la alegría
que alienta los días
duros de nuestra vida.

Sufrimiento necesario,
trabajando a diario
para poner gloria en las vitrinas.

Pelear contra el diablo,
plantando las semillas
de victoria en mi calvario.

Llevo clavadas mil espinas
en el pecho y en los labios.
Me levante de las ortigas
pero no rompí el candado.

Todo nublado es mi martirio,
esperanza de verme a tu lado.
De tantas promesas no me olvido,
en mi cabeza a martillazos.

¡Vivan las flores
dulces de la primavera!
¡Vivan las luces
brillantes de las estrellas!

Tengo roja la locura
de pensar en mi princesa.
Dorados llevo los sueños
de aguantar toda esta espera.

Yo me guío por las voces
que a algún lugar me llevan.
El amor es el camino divino
a la gloria en la tierra.

Coelho gran maestro
esperando estoy tus señas,
tú cuanto me ayudaste
en lo peor de la tormenta.

A la victoria llegará el río:
profesor en las Américas.