jueves, 30 de enero de 2014

En la espera

Y allí, en aquel castillo de aire, soñaba con verla. Dejaba sus versos escritos por doquier, por si algún día ella los fuese a encontrar. Se quejaba, amargamente, de que nadie le sacase (y como a él, a todos los que así sufrían) de ese negro pozo que era la tibia prisión de sus adentros. Había demostrado todo aquello que debía demostrar; había peleado, con lo que de sus fuerzas quedaba, contra todas las trampas, persecuciones e injurias que se llevaron a cabo contra él, contra los suyos y contra las que le habían salvado.


Viviendo al compás de las horas, dejando tras de sí todo lo innecesario, todo lo que no fuese sustento del alma, todo lo que no tuviese raíz en su sueño y en su corazón. Estaba esperando, esperando cambios, cambios que solían venir cuando el sol más calentaba. Si tuviese la más mínima oportunidad de hacer que todo aquello acabase por su propia mano… Si él pudiese hacer algo para alcanzar su objetivo… Antes se frustraba, la frustración… una frustración como no había sentido nunca hasta entonces, le había carcomido el corazón. Y así estuvo durante un tiempo, hasta que comprendió que no siempre dependen las cosas exclusivamente de lo que uno haga, a veces se necesita la ayuda de otros, y otras veces lo único que se puede hacer es esperar, pero siempre estando atento, atento a lo que, por sorpresa, pudiese ocurrir, dejando la puerta del misterio - como decía el maestro - abierta.

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