sábado, 25 de enero de 2014

Y pelear y pelear

Nadie quedaba indiferente, ni ante su mirada ni ante su forma de pensar. El cielo, la luz… todo parecía acompañarle. Incluso los libros, las voces y todo el universo. Él era como una estrella fugaz, dejando la mágica estela de su estilo en los corazones de todos aquellos que observaban el dibujo de su espíritu. Él era un clásico, pero no clásico al estilo conservador ni de pensamiento ortodoxo, sino un clásico de estilo, de esos que siguen pensando en hacer de su amante princesa, musa de todos sus lances, pólvora de su artillería.

El texto era para él un compromiso estático, otra forma de dejarse la piel, otra forma de ir abriendo caminos. El verso era su fábrica de fantasías, el templo donde buscaba agigantar sus pasos. Fue entonces cuando comenzó a llover: el cielo cubrió de un gris vacío toda la habitación. Le helaba el verbo y cubría su canción. El monte desnudó su espíritu a aquellos que entrasen limpios, de alma y conciencia, a pasear por los senderos ocultos de sus raíces. Tras toda aquella lluvia, venía el incendio, el incendio tras el llanto, el incendio entre las llagas de su corazón.

Llegó y desapareció, vino y se fue. Fue un vertiginoso torrente de instinto, llave de aquellas puertas que no se sabe adónde llevarán. Incendio, el incendio que llevaba en el pecho se deshojó, cayó con el peso con el que caen los más inmensos gigantes. Y allí lo sintió, en el pecho, aquel dolor que era la mismísima carcoma royendo la fuerza de su espíritu. Fue un cambio abrupto, seco, rumor de maldición.

Por ser quien era -pensó- no podía dejarse avasallar por este ladrón del sentimiento. Este terrorista de las entrañas debía caer. Y peleó, peleó y peleó por liberarse de aquello, no sabía muy bien como describirlo, le costaba dar una explicación racional a aquello que le sucedía. Pero, ¿hace falta razonar aquello que proviene del sentimiento? razonar, ¡sí! hay que acudir a la razón para dilucidar aquello que viene del misterio. Pero la razón tiene límites, límites que no consiguen llegar a donde llega la intuición. La razón nos puede fallar, podemos estar equivocados, pero la intuición es la manifestación del alma.

Peleó y peleó, pero… ¿contra quién? contra todo lo que supusiese mentira, mentira contra él. Pelearía contra aquello que le hiciese daño partiendo de la cobardía y el odio. Sabía quiénes eran, desde el primer momento, sabía quiénes eran, todas las membranas, visibles e invisibles de su existencia se lo decían. No había duda.

Pues así peleó y peleó, pero no peleó con la fuerza de sus brazos ni con la potencia de sus piernas, peleó contra las barreras invisibles del pensamiento que coartaban la luz de la verdad. Y así, poco a poco, comenzaron a llegar pensamientos a su mente que no parecían tener raíz en su subconsciente. Poco a poco, tan callado, fue abriendo surcos entre las vallas de su consciencia, caminando con sus sentidos al místico lugar donde se cruzan la locura y la razón. ¿Razón? la razón del corazón es insondable, y cuanto más oscuro y negro sea este, más insondable será.

Y allí sigue él, peleando y peleando, en el elaborado bosque que palpita en su imaginación, atravesando caminos desde éste al otro lado del sueño, buscando el tesoro que desate su corazón. Sigue soñando con dejar de sentirse en el lado oscuro de la luna y en arder como arden las llamas del sol.

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