miércoles, 5 de marzo de 2014

El abrazo

Comenzó con una mirada. Dos ojos contra dos ojos. Los de ella: azul intenso, azul de mar con un reflejo de estrella. Los de él: oscuros, brillantes, fuertes. Saltaron chispas invisibles a través de un aire que ya no era aire, sino un monstruo de energía. Él la cogió de la mano, suave, muy suave. Ella se ruborizó, su cuerpo sufrió un espasmo y de sus ojos brotó una lágrima de deseo largo tiempo contenido. Largo tiempo la tuvo agarrada de la mano, jurándole amor eterno con la mirada, viendo más allá de sus ojos, adentrándose en el abismo que arrastra a los corazones a vibrar y a enloquecer. Ambos tuvieron miedo, miedo de qué podría pasar al día siguiente, al año próximo, a la próxima semana. Se llevaban años de diferencia y, sin embargo, ninguno de los dos quería acercarse a la edad del otro. Decidieron disfrutar de cada precioso instante de aquel crucial momento. Él fue deslizando su mano, subiendo por el brazo de ella suavemente, con dulzura, tratando de descifrar los enigmas que enterraban los poros de su cuerpo.

Nada ni nadie podía saber hacia dónde navegaban, y en cambio no necesitaban saberlo, todo estaba dicho, dicho sin palabras, pues hablaban las miradas. Ni una sola frase, nada, silencio. En un ataque de locura ella le agarro de la mano y se la besó, despacio, muy despacio, saboreando, paladeando aquel momento de total abandono de la razón, adentrándose en el terreno de los impulsos, dejándose llevar. Con cada beso se le erizaban los pelos desde los pies a la cabeza, le bombeaba el corazón y sentía como su estómago daba volteretas inexplicablemente excitado. No había palabras, las palabras sobraban, todo estaba dicho y no harían sino complicar lo que era bien sencillo: se necesitaban el uno al otro.


Sus corazones bailaban el uno con el otro, seguían un ritmo que no se sabe de dónde viene, pero que suena y canta y crea y alborota. La necesidad de fundir sus cuerpos era insoportable, ambos se contenían para no arruinar lo que podría ser su único encuentro en años, no querían ir demasiado deprisa, pero se dieron cuenta de que quizás fuesen demasiado despacio. Ella recordó en como se había dejado guiar por un impulso al besarle la mano, así que decidió hacer otra vez lo mismo. Se fue acercando poquito poco hacia él hasta que por fin le abrazó. De una forma cándida al principio, apasionada después y lujuriosa al final.

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