Comenzó
con una mirada. Dos ojos contra dos ojos. Los de ella: azul intenso, azul de
mar con un reflejo de estrella. Los de él: oscuros, brillantes, fuertes.
Saltaron chispas invisibles a través de un aire que ya no era aire, sino un
monstruo de energía. Él la cogió de la mano, suave, muy suave. Ella se
ruborizó, su cuerpo sufrió un espasmo y de sus ojos brotó una lágrima de deseo
largo tiempo contenido. Largo tiempo la tuvo agarrada de la mano, jurándole
amor eterno con la mirada, viendo más allá de sus ojos, adentrándose en el
abismo que arrastra a los corazones a vibrar y a enloquecer. Ambos tuvieron
miedo, miedo de qué podría pasar al día siguiente, al año próximo, a la próxima
semana. Se llevaban años de diferencia y, sin embargo, ninguno de los dos quería
acercarse a la edad del otro. Decidieron disfrutar de cada precioso instante de
aquel crucial momento. Él fue deslizando su mano, subiendo por el brazo de ella
suavemente, con dulzura, tratando de descifrar los enigmas que enterraban los
poros de su cuerpo.
Nada
ni nadie podía saber hacia dónde navegaban, y en cambio no necesitaban saberlo,
todo estaba dicho, dicho sin palabras, pues hablaban las miradas. Ni una sola
frase, nada, silencio. En un ataque de locura ella le agarro de la mano y se la
besó, despacio, muy despacio, saboreando, paladeando aquel momento de total
abandono de la razón, adentrándose en el terreno de los impulsos, dejándose llevar.
Con cada beso se le erizaban los pelos desde los pies a la cabeza, le bombeaba
el corazón y sentía como su estómago daba volteretas inexplicablemente excitado.
No había palabras, las palabras sobraban, todo estaba dicho y no harían sino complicar
lo que era bien sencillo: se necesitaban el uno al otro.
Sus
corazones bailaban el uno con el otro, seguían un ritmo que no se sabe de dónde
viene, pero que suena y canta y crea y alborota. La necesidad de fundir sus
cuerpos era insoportable, ambos se contenían para no arruinar lo que podría ser
su único encuentro en años, no querían ir demasiado deprisa, pero se dieron
cuenta de que quizás fuesen demasiado despacio. Ella recordó en como se había
dejado guiar por un impulso al besarle la mano, así que decidió hacer otra vez
lo mismo. Se fue acercando poquito poco hacia él hasta que por fin le abrazó. De
una forma cándida al principio, apasionada después y lujuriosa al final.
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