Cada vez que veía su foto le embargaba la cálida sensación
de que ella estaba allí, a su lado, sintiendo su aliento. Tanto tiempo sin
verla le volvía paranoico, irracional, pero a la vez sabiendo que ella estaba
allí, al otro lado, esperando algún milagro o algún cataclismo, para unir sus
vidas. Aquella noche, en la que no encontraba la foto, todo daba vueltas. El
techo giraba y giraba en la inimaginable vorágine del recuerdo mezclado con
alcohol, en la contorsión distorsionada de las imágenes de ella saltando una
tras otra en su subconsciente. Imaginaba cómo era ella: buena, salvaje, fuerte,
iniciándose en un camino que pocos han visto y del que solo quedan leyendas. No
queda más que esperar al día siguiente, a volver a buscar y buscar la foto que
ella le dedicó y que él con tanto ahínco adoraba. Renunció a muchas cosas
porque ella se lo pidió, porque era lo que ella quería aunque no se lo hubiese
dicho, en un compromiso tácito de mantener una relación con apenas contacto,
pero que va más allá de las palabras. Desde algún otro lugar, desde alguna otra
realidad de la cual no tenemos conocimiento, le llegaban mensajes que le
guiaban hacia ella, que de algún modo llegaban cuando más se les necesitaba
sobre cosas realmente importantes.
La conocía poco, pero lo suficiente como para saber que ella
valía todo el esfuerzo, y más, que él estaba haciendo por ella, dado que ella
estaba haciéndolo también por él. Ni una sola gota del rocío que vertían sus
poemas era indiferente a ella. Él buscaba que ella se le acercase, y sangraba,
se dejaba todo lo que tenía en sus poemas. Ella parecía tímida, igual que él,
parecía discreta, como él, y era guapa, mucho más que él. Por eso, y por otra cosa, ella tardaba tanto en acercarse,
ya no era tardanza, simplemente no lo hacía, pero aquella foto supuso un
pequeño gran paso hacia su objetivo común, que era, que era… solo ellos lo
saben, pues no me lo quisieron revelar.
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