jueves, 6 de febrero de 2014

La nube

Desde que las cosas empezaron a cambiar, el cielo gris lo abarcaba todo. Nadie recordaba un invierno sin un solo rayo de sol, todo gris, poca luz. Descifrando las gotas de la lluvia, las nubes eran su obsesión, y así, las veía pasar de oeste a este, lentamente, a ritmo pausado, con el suave fluir de la brisa; otras veces eran vientos huracanados, golpeando ventanas, árboles, tejados, un vendaval enrabietando las mareas, olas que se llevaban por delante cualquier cosa, sin excepción. Los días de lluvia galopaban uno tras otro en el lento transcurrir de los meses, pero así comienzan los ciclos del cambio, con tormenta. La voz de la tierra suspiraba por las estrellas, brillando inmóviles más allá de la luna, apagándose durante el día, siendo el sol quien ocupaba el paisaje. Eso era ella para él, el sol, única estrella, que no dejaba ver a las demás. En el lento divagar de las horas pensaba en la distancia: tan cerca y a la vez tan lejos. Qué eran sus enemigos sino las nubes que impiden ver el sol, el gris, la oscuridad. Otra tormenta, una y otra, en cadena, se abalanzaban sobre su esperanza, sobre su necesidad de comenzar una nueva vida. Intentando remontar el vuelo, tomando impulso para saltar los muros de la realidad, intentaba alimentar su espíritu de nuevas satisfacciones, olvidándose de toda carga que le agarrotase el alma, dejándose llevar por sus instintos.

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